Partiste mi corazón con un hacha dentada
y manó sangre astillada.
Mi cuerpo se quebró, obediente,
y mi alma fue a la muerte.
En mi tumba, en primavera,
crecen flores de madera.

Ilustración: Deva Gil Valle.
Partiste mi corazón con un hacha dentada
y manó sangre astillada.
Mi cuerpo se quebró, obediente,
y mi alma fue a la muerte.
En mi tumba, en primavera,
crecen flores de madera.
Ilustración: Deva Gil Valle.
Llegó al circo Virtud
con su ejercicio perfecto,
su corte de dramaturgo
y sus costuras de acróbata.
Contrincante conocido,
inofensivo,
poco caso le había prestado la gravedad,
indulgente, la fuerza madre,
con sus fluctuaciones de mortal.
Su carcasa, aliada del alambre,
concubina de la suerte;
sus páginas interiores, campo minado,
marco de destrucción
entre presiones tan opuestas como iguales.
En la batalla íntima del funambulista,
ganaba la oscilación.
Y, mientras, los pies,
expertos transeúntes del estrecho camino del medio,
ajenos a esa traición.
Nunca habría en Virtud
un equilibrista más hábil
ni más desequilibrado.