En mi infancia, sin conocerla, me imaginaba Bilbao como una ciudad fea, grande y sin gracia, gris. Es la impresión que produce circular paralela a su largo contorno sin penetrarla, camino de otros lugares. Basta asomar a ella, olerla solo, para salir del error.
Tiene Bilbao gran personalidad en su porte cosmopolita. Bella arquitectura en edificios monumentales y hasta en los de viviendas. Elegancia vieja, armonía en las nuevas formas.
El encanto y enorme pulmón de las ciudades atravesadas por grandes ríos. El Nervión. Un gozo para el alma avistar y cruzar sus puentes, descubrir las diferencias de hoy e imaginarlas en su mayor dimensión en un tiempo no lejano, a un lado y otro de sus orillas.
Gente amable y diversa. País Vasco abierto y acogedor en este punto de su mapa.
Zuritos y pintxos por las Siete Calles y la Plaza Nueva para regar y alimentar unas sesiones de pateo viajero por el Casco Viejo. Tiempo para escanear espacios arquitectónicos obligados como el Teatro Arriaga, la Biblioteca Municipal, el Mercado de la Ribera, la Alhóndiga de Ricardo Bastida reconvertida con sorprendente resultado por Philippe Starck… Una caminata por el Paseo del Arenal, abrirse al Ensanche…
Si encima nos acercamos en Navidad, pues quizá nos topemos con el Olentzero, y en Nochevieja nos sorprenderá un aluvión de ruido y luces en el cielo, el que produce la lluvia colectiva de petardos, cohetes y fuegos artificiales en la que todo vecino se afana llegada (y sobrepasada) la hora de Cenicienta.
En fin, una grande ciudad grande para una pequeña escapada.
Pegadito al Casco, un barrio acogedor y amigable, el empinado Santutxu, bullicio comercial y buenas gentes, es una buena opción para fijar el centro de operaciones temporal o perenne. Conócelo a través de Bizit Santutxu, un innovador espacio web para vivir y visitar («bizit») este barrio.
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