Mientras caminábamos hacia el día hoy, mi hija me ha contado que le gusta el número 8, su número de clase en este curso escolar.
«El ocho…», me he quedado pensando.
No el siete, no el cinco, niños bonitos en cuestión de amores numéricos y de números de la fortuna.
Y en mi mente se dibujó un 8, orondo pero con cinturita; con base sólida y cabezón. Un infinito cerrado. Un puf encima de otro. Mes de mar y arena, un ocho tumbado al sol.
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